Comentario
Frente al romanticismo pintoresco, colorista y vitalista, se encuentra el mundo oficial del romanticismo, las tendencias pictóricas elevadas que gozaron del favor académico, alcanzando sus cultivadores las más altas cotas de prestigio e influencia oficial. Vienen a representar posiciones semejantes a las del romanticismo francés, la racional y exquisita precisión de la línea (heredera del arte de David), frente a la pasión por la mancha y el color. Aunque no todos estos puristas gozaron de igual favor o poder oficial, ni todos fueron tan estrictos en su academicismo, como es el caso de Esquivel y Gutiérrez de la Vega. Sevillanos insertos en el círculo madrileño y que no salieron a formarse al extranjero, su arte se halla impregnado de las esencias murillescas cultivadas en su ciudad. Su propia posición artística y su apego a la realidad los convierte en los representantes de las clases medias españolas, al igual que fue mediana su posición oficial y honorífica.
El más ligado a la tradición pictórica sevillana es José Gutiérrez de la Vega (1791-1865), formado en la veneración por la obra de Murillo, lo que le da a su pintura, de abundante producción religiosa, una fuerte homogeneidad (Martirio de santa Catalina, Museo del Prado), incorporando también ingredientes de Ribera, Zurbarán, Valdés Leal y Van Dyck, influencias que se unen a la británica, manifiesta en sus retratos (Mr. W. Brackenbnrg, colección particular, Madrid). Cultivó también esporádicamente la pintura costumbrista (Maja desnuda, Museo del Prado).
Por el contrario, Antonio María Esquivel (1806-1857), trasladado a Madrid muy joven, se inserta más cómodamente dentro de esta escuela, haciéndose eco de ciertos elementos puristas, pero sujetándose a la realidad y al estudio del natural, enlazando con las tradiciones nacionales. Pintor muy completo, abordó casi todos los géneros (Nacimiento de Venus, colección Carlés, Barcelona, o Joven quitándose una liga, Meadows Museum, Dallas, Texas) y especialmente el retrato, dejándonos una riquísima colección iconográfica de su época, permaneciendo siempre fiel a la interpretación del modelo y a su personalidad, siendo el más conocido de todos el colectivo de Una lectura de Zorrilla en el taller del pintor (Museo del Prado).
Pero la pintura más estrictamente oficial del romanticismo español está representada por los artistas adscritos al movimiento purista, o sea, la que toma el relevo del neoclasicismo, basada en teorías y tendencias que mantienen, con una nueva concepción, los valores dibujísticos que aquél representó (Ingres y el nazarenismo). Reacción contra el neoclasicismo, el nazarenismo nace en Alemania a principios del XIX inspirándose en el arte anterior a Rafael. Con estrecha relación con los prerrafaelistas ingleses, los nazarenos se rodean de un aura de misticismo y buscan la pureza de la línea, considerando al dibujo como el más perfecto medio de expresión. Los pintores españoles que siguieron, en cierto grado, estas tendencias fueron, en el círculo madrileño, los hijos de los grandes pintores neoclásicos, cuya situación privilegiada les permitió formarse en el extranjero, en contacto directo con las ideas y los maestros que las sustentaban.
Así, Federico de Madrazo y Kuntz (1815-1894), hijo del neoclásico don José, que recibió una educación artística y humanística envidiable, completada en París y Roma, en contacto con los principales pintores del momento, como Ingres y Overbeck, impregnándose de la estética purista (Godofredo de Bouillón en el monte Sinaí) y nazarena (Las santas mujeres en el sepulcro de Jesús). Luego, a su vuelta a Madrid, alcanzó, como su padre, los más altos puestos y honores posibles en el mundo de las artes en España, dedicándose fundamentalmente al retrato, en el que llegó a ser el mejor maestro del siglo, el más elegante, refinado y atractivo. Su extensa galería de retratos, dedicada a la realeza y al gran mundo, posee un alto valor iconográfico e histórico, habiendo sido comparado a Franz Winterhalter (La condesa de Vilches, Museo del Prado, Federico Flores, Museo del Prado, o Gertrudis Gómez de Avellaneda, Museo Lázaro Galdiano).
El otro gran purista madrileño es Carlos Luis Ribera (1815-1891), hijo del neoclásico Juan Antonio, cuya vida corre bastante paralela a la de su amigo Federico de Madrazo, siendo en París discípulo de Delaroche, centrando su temática en la pintura de historia (La conquista de Granada, Catedral de Burgos), la religiosidad y el retrato (La duquesa de Osuna, Museo Romántico, Madrid, o Retrato de niña, Museo del Prado), pintando decoraciones en el Palacio del Congreso y San Francisco el Grande. Y aún tendríamos que citar a Luis Ferrant y Llausas (1806-1868), Alejo Vera, Luis de Madrazo, y otros muchos más que, en algún momento, experimentaron el influjo de esta tendencia.
En Cataluña el romanticismo arraiga fuertemente a través de la versión nazarena del mismo, a la que se convirtieron los pensionados catalanes en Roma, lo que vino a ser facilitado por la tradición dibujística y académica de su Escuela de Bellas Artes. Ya el espíritu romántico se detecta en discípulos de Anglés, como José Arrau (1802-1872). Pero es con Pablo Milá y Fontanals (1810-1883) con quien se inicia la corriente nazarena catalana, siendo discípulo de Overbeck y Minardi en Roma, y convirtiéndose en el ideólogo español de dicho movimiento, atrayendo a los pensionados que allí llegaban, predicación que continuó a su regreso a Barcelona, abandonando prácticamente la pintura.
Pero el gran práctico del nazarenismo catalán es Claudio Lorenzale y Sugrañes (1816-1889), del grupo de Milá en Roma. Establecido en Barcelona, logró un gran prestigio profesional y docente. Correcto dibujante, aunque algo duro y frío; está muy próximo a la estética de Overbeck y con influjos de Kaulbach, flaqueando en el colorido, siendo pintor de historia, religioso (Santa. Bárbara, Museo de Arte Moderno, Barcelona), simbólico (El Invierno, Museo de Arte Moderno, Barcelona), buen retratista y decorador, así como excelente dibujante. Pelegrín Clavé y Roquer (1811-1880), tras ingresar en Roma en el círculo nazareno, pasó a México a regir la Academia de San Carlos durante más de veinte años, antes de regresar a Barcelona. En su obra se acusa cierta blandura sentimental al gusto nazareno, pero con una base realista que distinguirá a sus mejores obras (La locura de Isabel de Portugal, Palacio de Bellas Artes, México; La muchacha de la paloma, Museo de Arte Moderno, Barcelona).
Y aún tendríamos que citar aquí a Joaquín Espalter y Rull (1809-1880) que se formó en Francia con Gros y en Roma bajo el influjo nazareno, residiendo luego en Madrid, y siendo uno de los grandes decoradores del círculo madrileño (techo del Paraninfo de la Universidad Central). Su nazarenismo (La era cristiana, Museo de Gerona) sólo está mitigado por la riqueza de paleta que aprendiera con Gros (La familia Flaquer, Museo Romántico, Madrid). El otro nazareno catalán residente en Madrid es José Galofre y Coma (1819-1877), formado en Roma en el credo overbeckiano, viajero luego por Europa, antes de establecerse en la corte. Artista intelectual, de prestigio internacional, escribió "El Artista en Italia y demás países de Europa", el más importante tratado nazareno español, manteniendo una agria polémica con Madrazo sobre la necesidad de suprimir las enseñanzas académicas.
Mediado el siglo, se van a simultanear fenómenos de diferente signo en nuestra pintura, produciendo una compleja mixtura que hace muy dificultosa una clara ordenación, ya que conviven tendencias románticas de temática historicista con técnicas que inciden en el naturalismo. A la vez, el realismo o el preciosismo se darán indistintamente en la pintura de género, sólo por poner algún ejemplo, e incluso muchas veces dentro de la obra de un mismo pintor. Ello produce un eclecticismo técnico y temático que caracteriza a buen número de artistas haciendo así compleja su adscripción. Pero, en líneas generales, son dos los grandes movimientos que dominan el período: el realismo y el eclecticismo académico e historicista, escapando prácticamente el impresionismo, que se da escasa y tardíamente en España a principios del siglo XX.